Si observamos a un niño pequeño nos conmueve su fragilidad, nos genera sentimientos de ternura, un saborcito dulce nos invade y sentimos deseos de protegerlo. ¡Y cómo no! Percibimos que depende de nosotros para crecer, para desarrollarse.Hemos escuchado muchas veces que el ser humano es un microcosmos que refleja lo macrocósmico. El pequeño bebé tiene en sí todas las cualidades, todas las posibilidades. ¿Cómo podrá desarrollarse fructíferamente? La respuesta es: viviendo una vida de ritmos claros, donde la anticipación de lo que vendrá sea automática. Como si uno entrara en una onda donde se deja fluir. El niño necesita que su vida fluya. Dormir, comer, jugar; cuando son más grandes, hacer las tareas, ir a la escuela, volver a jugar… todo en su lugar y en su momento.¿Por qué el ritmo es tan sanador?Porque permite la anticipación. El ritmo funciona así. Cuando un niño ha dormido una y otra vez a lo largo de sus primeros añitos a la misma hora temprana, su cuerpo adquiere sabiduría. Se imprime en su ser “la necesidad de dormir”. No nos olvidemos que estos son “hábitos”. El hábito es algo que se hace regularmente y que funciona como un despertador. Cuando llega el estímulo aparece la necesidad. No hay que pensar en ello.Los adultos tenemos nuestros hábitos, algunos sanos y otros no. Pero pensemos en nuestro modo de despertarnos, desayunar y salir “al mundo”. Solemos hacer las mismas cosas de la misma manera. Y eso nos habilita para el día que vendrá. Y cuando nuestro modo se interrumpe, porque nos quedamos dormidos por ejemplo, sentimos incomodidad… no todo está como debe estar.El niño va formando los hábitos de lo que será su vida adulta. Si la alimentación es regular, siempre a la misma hora y con el alimento que los órganos realmente necesitan, entonces su cuerpo será sabio y el día de mañana le dirá desde lo profundo, “hay debes ayunar, ahora una manzana”El ritmo genera tranquilidad porque el cuerpo sabe lo que vendrá. Un niño que no vive inmerso en ritmos claros suele mostrarse nervioso, excitable inquieto. Es una profunda sabiduría innata la que golpea las puertas y dice: “y ahora qué, qué viene después de esto?”… y esa sensación le genera una angustia que se manifiesta con “inquietud”.Por eso el gran desafío es “ser los adultos que ellos necesitan que seamos”, contenedores.Como ritmo y rito van de la mano estos últimos son la llave que nos permite abrir las puertas de los primeros. El niño necesita del rito para sumergirse en el ritmo.Ejemplo: a la hora de dormir preparamos el ámbito, una vela con su suave lucecita, quizá algún aroma particular, los mismos gestos al cambiar la ropa, la silla donde la mamá o el papá se sientan para el cuento nocturno. Todos los días lo mismo… y el niño querrá ir a dormir.A la hora de comer, la preparación de la mesa con su mantel, la distribución de los lugares (es conveniente que sean siempre los mismos lugares para las mismas personas), quizá un jarroncito de flores en el centro, la oración antes de comer… y el niño disfrutará la comida en compañía de quienes lo quieren. Esto, además prepara el terreno para que la comida sea siempre un verdadero momento de encuentro familiar.¿Cuántos más podemos lograr?... seamos creativos y procuremos una ceremonia de cada situación importante. No sólo los niños lo disfrutarán, nosotros también.
martes, 6 de julio de 2010
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1 comentarios:
Me gusta mucho su blog , he llegado a el buscando cierta información waldorf para mi blog familiar.Muchas gracias por su trabajo.
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